Formabiap me transformó: el poder de la Educación Intercultural Bilingüe

Imaynallan kashankichis wayki pnaykuna. Mi nombre es Delma. Soy mujer quechua, nacida en el departamento del Cusco, provincia de Canas, distrito de Layo, comunidad de Taypitunga.
Inicio: el miedo, la duda y las expectativas
Cuando ingresé al Formabiap, llegué con muchas preguntas, temores y también ilusiones. Venía con una visión muy limitada sobre lo que era una “buena educación”. Creía firmemente que esta solo podía encontrarse en la ciudad, que debíamos alejarnos de nuestras raíces para poder avanzar. Crecí con una educación eurocentrista, donde se nos enseñó a ver nuestra cultura como algo del pasado, algo que debía ser superado. Así llegué a Formabiap pensando que estudiaría en una ciudad como Iquitos. Pero pronto entendí que el lugar era diferente, alejado de lo urbano, lleno de vida comunitaria, de diversidad, de cosmovisiones que no conocía y que no entendía.
La primera vez que me dijeron que debía compartir habitación, vestirme con ropa originaria, hablar en lenguas, participar en ceremonias con masato y achiote, yo me resistía. Lo veía como un retroceso. Me sentía fuera de lugar, confundida, molesta. Me preguntaba: ¿Qué hago aquí? ¿Por qué debo limpiar si vine a estudiar? ¿Por qué aprender quechua en vez de inglés? ¿Por qué usar ropa originaria si yo ya me siento quechua?
Crisis y primeros cambios
Mis primeros meses fueron muy duros. No me gustaban las clases, me sentía desconectada de los demás. Incluso pensé en dejar la carrera. Pero una parte de mí, una parte muy profunda, me impulsaba a seguir. No tenía otra opción: tenía la beca 18, no podía costear otra educación. Pero también quería comprender. Quería encontrar sentido.
Fue durante mis prácticas preprofesionales que comencé a tener contacto con los niños, con sus familias, con sus mundos. Y aunque aún no entendía la EIB, algo en mí empezaba a moverse. Pero fue en 2022, durante los conflictos sociales, cuando muchas cosas cambiaron. Ver cómo se vulneraban los derechos del pueblo andino, cómo se discriminaba a nuestros hermanos y hermanas, fue un despertar. Comencé a entender que no todo estaba bien. Que no todo era justo. Y que la educación que yo había recibido, había invisibilizado esa otra parte de mi historia.
Transformación: de la resistencia al compromiso
Ese año, algo se encendió en mí. Ya no me acercaba a la EIB para cuestionarla, sino para comprenderla. Las clases de historia, de bilingüismo, el análisis de los procesos históricos de los pueblos originarios, comenzaron a hacer eco en mi interior. Comprendí que la educación que yo había tenido me había enseñado a mirar con vergüenza lo que hoy reconozco con orgullo. Comencé a leer más, a reflexionar, a dialogar con mis formadores y mis compañeras. Y poco a poco, fui dejando atrás el rechazo. Comencé a abrazar lo que antes me incomodaba. Ahora comprendo que la EIB no es una moda, ni una imposición. Es una necesidad. Es una forma de justicia. Es una manera de sanar las heridas históricas que ha dejado una educación excluyente, monocultural y desarraigada.
Logros y aprendizajes
Hoy puedo decir con certeza: he cambiado. He fortalecido mi identidad. He aprendido que nuestras lenguas no son un obstáculo, sino una riqueza. Que nuestra cultura no es un atraso, sino un camino hacia el futuro. Que ser maestra EIB no es solo enseñar contenidos: es acompañar procesos de vida. Es tejer puentes entre el saber ancestral y el saber académico.
Gracias a los aprendizajes que recibí en Formabiap —no solo académicos, sino también humanos, culturales y espirituales— me sentí capaz de soñar más alto. Fue así como me animé a postular a la beca SUSI (Study of the U.S. Institutes), una experiencia de formación en Estados Unidos. Nunca imaginé que una estudiante indígena como yo, que antes dudaba de su identidad, podría aspirar y acceder a una oportunidad internacional de este nivel. Pero lo logré.
Ese logro no es solo mío: es también fruto de un proceso formativo que me permitió reconectarme con mis raíces, fortalecer mi voz y creer en mi capacidad. Hoy sé que la EIB no solo forma maestros, forma líderes con visión crítica y compromiso social. He participado en espacios de diálogo, he defendido mi voz, he sido parte de una comunidad que lucha. Me he formado no solo como maestra, sino como defensora de los derechos de los pueblos indígenas. Y ese es un logro que no cambio por nada.
Ser estudiante EIB
Ser estudiante EIB es una experiencia que marca profundamente. Aquí, en Formbiap he aprendido el valor del trabajo colectivo, del respeto a la palabra, de la escucha activa. He aprendido que enseñar no es imponer, sino dialogar. Que educar no es repetir, sino transformar. Y sobre todo, he aprendido a mirar con otros ojos. A mirar mi historia con dignidad. A mirar a mi pueblo con amor. A mirar a los niños con esperanza.
Identidad y rol como maestra
Hoy me reconozco como una mujer indígena que ha elegido ser educadora con propósito. Ser maestra en la EIB es un compromiso profundo: es respetar la lengua, la cultura, la visión del mundo de cada niña y niño. Es validar sus saberes. Es caminar con ellos.
La EIB como derecho, no como opción
La Educación Intercultural Bilingüe no es un modelo más: es un derecho reconocido por convenios internacionales, por la OIT, por la Constitución misma. No pedimos privilegios. Exigimos justicia. Exigimos que se respeten nuestras lenguas, nuestros saberes, nuestras formas de enseñar y aprender.
Llamado a las autoridades y la sociedad civil
Por eso, hoy, desde este espacio, hago un llamado firme al Ministerio de Educación, a la GREL, y a toda la sociedad civil:
¡Respeten nuestros derechos! ¡Faciliten las condiciones para una educación con calidad y pertinencia cultural y lingüística!
Exigimos formación adecuada, recursos suficientes, materiales en lengua originaria y el reconocimiento real del rol transformador que tienen los pueblos indígenas en la construcción del país.
Agradecimientos y compromiso
Agradezco profundamente a los formadores y formadoras, quienes también son parte de esta transformación. Gracias por creer en nosotros. Gracias por acompañarnos en este proceso de afirmación y lucha.
Y mi compromiso es claro: Seguiré trabajando desde la escuela junto a actores sociales, desde mi comunidad, desde donde me toque estar, para que nuestras niñas y niños se sientan orgullosos de quienes son. Para que la EIB no sea una herramienta de exclusión, sino un espacio de liberación.
Porque la EIB no es solo un modelo educativo. Es un derecho. Es una lucha. Es una afirmación de vida.
Y yo, Delma, una mujer andina, pero también me identifico como mujer indígena, elijo ser parte de esa transformación.
¡Muchísimas gracias!